
El paisaje es simple; aparece el mar al fondo y una pequeña formación rocosa a la derecha de forma insólita. En primer plano a la izquierda, se observa un bloque probablemente de cartón tejido a mano, que hace las funciones de una mesa, sobre el que se disponen dos relojes y un árbol incompleto, con una sola rama y sin hojas. El reloj más grande es blando, tiene una mosca sobre él y cae, escurriéndose por el borde de la mesa. El pequeño, parece un reloj de bolsillo cerrado y las hormigas se mueven sobre él. Pende del árbol un tercer reloj, también blando. En el centro de la obra aparece una extraña figura que simula una cabeza blanda, cuyo cuello se diluye en la oscuridad. Llama la atención la enorme nariz, la especie de lengua que sale de ella y el ojo cerrado con largas pestañas. La figura parece dormir sobre la arena. El artista ha colocado sobre esta figura un cuarto reloj, igualmente blando y que también parece derretirse o escurrirse. Los elementos anteriormente descritos se ambientan en lo que parece una playa desierta, con el mar y una cala rodeada de acantilados al fondo. El cielo y el mar se confunden.
Los relojes, como la memoria, se han reblandecido por el paso del tiempo. Son relojes perfectamente verosímiles que siguen marcando la hora, supuestamente en torno a la seis de la tarde. Dalí dijo sobre el cuadro: «Lo mismo que me sorprende que un oficinista de banco nunca se haya comido un cheque, asimismo me asombra que nunca antes de mí, a ningún otro pintor se le ocurriese pintar un reloj blando».
También dijo: «Desde ellos soy históricamente aquel que ha sabido resolver la ecuación espacio tiempo, pero todo mi arte traduce la calidad de la angustia más moderna, en cuanto expresión de un delirio que rebasa todos los dinamismos de lo real. El tiempo no se puede concebir sino el espacio.»
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